Como parte de nuestra educación escolar, aprendemos a amar a México con
una retórica declamatoria sobre su belleza, o como decía Balbuena, sobre
“sus hermosuras, grandeza de edificios, caballos, calles, trato,
cumplimiento, letras, virtudes, variedad de oficios, regalos, ocasiones
de contento, primavera inmortal”, y Francisco de Terrazas, “la belleza
de los valles y montes encumbrados”.
Generaciones enteras han memorizado y repetido con la voz impostada y la
lágrima en el ojo el célebre Credo de Ricardo López Méndez: “México,
creo en ti”. Algunos hasta han querido imitar su tono, como la señora
María Esther Zuno de Echeverría, que cuando era primera dama escribió:
“Amo a mi patria, la veo erguirse majestuosa e indestructible como sus
montañas, ágil como sus ríos”. Yo misma en 1990 publiqué una novela que
se llama Demasiado amor y en la que recorro fascinada cada rincón de
este país nuestro, con sus paisajes, gentes, comidas, artesanías,
costumbres.
Esto viene a cuento porque parecería que el gobierno ha hecho una
estrategia para que no veamos lo que pasa en el país, usando el discurso
del amor por México. Por ejemplo, cuando la epidemia de influenza a
principios de este año, lo que hicieron fue decirnos que “había que
demostrar que seguimos siendo fuertes” y que “nuestro espíritu está en
alto” y hoy, para algo tan brutal como esperar aprobación a su propuesta
de subir los impuestos, nos dicen que “no es el momento de discordias”,
que es lo que fue a discursearles hace unos días el presidente Calderón
a los del Consejo Coordinador Empresarial.
Es una vez más el mismo rollo que se ha repetido una y otra vez, desde
que tenemos registro histórico, por parte de las autoridades. Desde
Porfirio Díaz hasta Ávila Camacho, desde Echeverría hasta Díaz Ordaz,
según ellos, nunca es el momento para oponerse, para criticar, para ver
lo feo, para hablar abiertamente de lo malo. En su opinión, si de verdad
le tenemos amor a México debemos siempre apoyar las medidas del gobierno
en turno.
Los presidentes Zedillo y Fox, que gustaban de decir a los mexicanos que
no les creyeran a los medios de comunicación ni a los críticos, porque
son “malosos” que no quieren ver lo mucho bueno que sucede. Y lo mismo
ha dicho el presidente Calderón cuando alguien pone en duda los
resultados de sus políticas (por ejemplo, contra el narcotráfico) o las
bondades de sus propuestas (por ejemplo, el paquete económico). El
problema es que muchos sí se creen esos decires.
Una joven cantante de nombre Jannette Chao y un fotógrafo amigo suyo
llamado Pepe Jiménez decidieron recorrer el país para crear un
documental que se llamaría X México, en el cual “decidimos hacer algo
más que quejarnos por el país en el que vivimos (y) lanzarnos a hacer un
proyecto artístico con la finalidad de brindar esperanza y certeza a la
sociedad mexicana”. Por eso incluso el documental se acompañaría de una
canción llamada “Paz para tu corazón”.
Pero sucedió que apenas iniciado su recorrido, cuando llegaron a
Tijuana, se toparon con el México real: “Nos robaron todo absolutamente.
Nos quedamos sólo con la ropa que llevábamos puesta. Fue un shock
tremendo”.
Y agrega la mujer: “Lo que más me dolía, mucho más que las cosas
materiales, era decirle a la gente que tenía razón en sentirse como se
siente respecto a su país”.
En efecto, ¿por qué hay quien a pesar de lo que diariamente vemos,
vivimos, leemos y oímos todavía considera que debemos pensar y creer que
México es otra cosa?
Ya no somos esa “Patria impecable y diamantina” de que hablaba López
Velarde; ahora hacemos honor a lo que escribió López Méndez, de que la X
que lleva en su nombre “algo tiene de cruz y de calvario” y “se divierte
jugando con la muerte”. Por eso José Emilio Pacheco escribió: “No amo a
mi patria, su fulgor abstracto es inasible”.
Y yo misma, casi dos décadas después de aquella novela, escribí un libro
llamado País de mentiras para exhibir lo que su título indica, porque
como escribió el vate, no puedo dejar de percatarme de que “Hueles a
tragedia, tierra mía” y “tus cosechas de milagrerías son sólo deseo”.
Sara Sefchovich
lunes, 8 de febrero de 2010
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