Mariflor Aguilar Rivero
La educación democrática
enseña a escuchar
N. Bilbeny
Nadie nos enseña a escuchar. Nuestra cultura es una cultura del habla, no de escucha con la excepción quizás de algunas teorías del psicoanálisis, sorprende que ni la teoría política ni prácticamente ningún campo del saber humanístico tome en cuenta la escucha. Le escucha se piensa como algo ya dado; se la considera supuesta en el dialogo, en las teorías del discurso, en las teorías de la acción comunicativa. Ni siquiera se considera pertinente preguntar que significa escuchar. En su libro El otro lado del lenguaje, Gemma Corradi comenta que “nadie puede negar que hablar significa escuchar y sin embargo nadie se toma la molestia de señalar, por ejemplo, que en nuestra cultura siempre ha habido profusión de trabajos escolares centrados en la actividad expresiva y muy pocos, ninguno en comparación, dedicados al estudio de la escucha”.1
Platón, en cambio, comienza la republica, una de las primeras obras de teoría política, con el reconocimiento de la centralidad de la escucha. Polemarco amenaza en broma con usar la fuerza sobre Sócrates y Glaucón si no renuncia a abandonar la ciudad para quedarse con el en los festejos del Pireo. Frente a tal amenaza, Sócrates sugiere a Glaucon la alternativa de convencer a Polemarco de que los deje marchar tranquilos.
Pero Polemarco le aclara a Sócrates que no podrá convencerlo por que no esta dispuesto a escucharlo. En ese momento interviene Glaucón y confirma que efectivamente seria imposible convencer a Polemarco si este no esta dispuesto a escuchar.2
Pero ni Platón, después, ni sus sucesores, vuelven a dar importancia filosófica al papel de la escucha, y podría decirse que este olvido se extiende hasta la teoría política contemporánea.
Es interesante constatar esta especia de “desviación originaria” de nuestra cultura cuando se consulta el diccionario.”Razón” en griego logos, y si buscamos su significado en el diccionario griego-español, entre la diversidad de aceptaciones no aparecen referencias reconocibles a la noción y a la capacidad de escucha. Todos los significados que se incluyen tienen que ver con el habla, y también con el pensamiento, pero nunca con el escuchar. Se incluyen significados como estos: palabra, expresión, explicación, argumento, razonamiento; razón, facultad de razonar, afirmación, decisión, “y en general todo aquello que se comunica de palabra”; como se ve nada que tenga que ver con la escucha. Estamos por lo tanto enfrentados a un sistema de conocimiento, a una forma de la racionalidad, que tiende a ignorar los procesos de escucha.
Ciertamente, tampoco se trata de sobrevalorar la escucha. Entre los que queremos dar el lugar que le corresponde o debería corresponderle en el entrejuego de las interacciones sociales, hay quienes tienden a esta sobre valoración, que al final resulta ingenua. Benjamín Barber, por ejemplo, considera que la practica que la practica de escuchar es en si misma misma incluyente y democrática y que, por el contrario, enfatizar el habla
1 Gemma Corradi Fiumara, The other side of language, a philosophy of listening, Routledege, Londres y Nueva York, 1990.
2 Este pasaje de La Republica es considerado por Susan Bickford en The dissonance of democracy, Nueva York, Cornell University Press, 1996, p. 1.
en vez de la escucha refuerza desigualdades naturales relacionadas con habilidades para hablar con claridad, elocuencia, lógica y retórica. Pensar las relaciones ínter comunicativas en términos de escucha en vez de términos del habla o del decir, neutraliza desde este punto de vista las desigualdades naturales en relación con el entrenamiento individual que cada quien tiene para persuadir y convencer al interlocutor. Contar con estas habilidades y practicarlas con éxito supone, desde el punto de vista de este autor, haber ya disfrutado de ciertos privilegios de educación de los que gozan solo algunos grupos sociales. En cambio el escuchar es considerado un arte democrático en la medida en que todos tenemos una capacidad equivalente de ser escuchas, por lo que rige en el la reciprocidad y en su ejercicio se destaca la igualdad.
Este planteamiento es muy sugerente porque toma en cuenta una realidad no siempre considerada, a saber, que en efecto, no todos los grupos sociales cuentan con el entrenamiento ni con las mismas herramientas para triunfar en la oratoria o en la argumentación. Hacer depender el éxito político o el merecimiento de ser tomado socialmente en cuenta de la capacidad de hablar “bien” o de responder a los argumentos con rapidez y con precisión, dejaría al margen – como de echo la deja – a una parte importante de la sociedad, ya que se ha visto que, por razones étnicas, económicas y educativas, no todos los ciudadanos son competentes en el mismo grado para participar en las reglas hegemónicas del juego discursivo.
Sin embargo, no nos parece del todo atinado el planteamiento de B. Barber, al menos por dos razones: primero, por que supone que la escucha no requiere habilidad, aprendizaje y cierta destreza, como si se tratara de un don natural; segundo, por que olvida que no toda escucha es democrática y conveniente para las practicas sociales igualitarias.
Dice Roland Barthes que es imposible pensar que en una sociedad libre si se acepta de entrada perseverar en ella los antiguos lugares de escucha, que en las sociedades tradicionales son básicamente dos, que se complementan: la escucha arrogante del superior y la escucha servil del inferior.3
No es difícil pensar ejemplos de estos lugares de escucha. Del lado de la escucha arrogante esta la “escucha condenatoria”, la que atiende al otro o a la otra para encontrar la falta, el error, la culpa, con el fin de reprobar moralmente, excluir o castigar; es la escucha enjuiciadora, de quien se coloca por encima del hablante; es la escucha que desprecia y humilla.
Pero también esta el otro lado, el de la escucha servil, que es la escucha del sumiso, que se anula así mismo para dejarse guiar absolutamente, sin cuestionar, por cualquiera que represente a una determinada autoridad , real o imaginaria. Esta es la escucha pasiva, que no toma distancia irónica o critica respecto de lo que oye. Estas formas de escuchar, es obvio, no son exactamente incluyentes y su practica misma no promueve la igualdad.
Pero esta también la escucha indiferente, que en nuestro país adquiere dimensiones monstruosas si pensamos en las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Como es sabido, el caso que en forma descriptivamente tétrica se conoce como “las muertas de Juárez” es un capitulo inacabado de la historia criminal de México en el que se han involucrado las familias de las victimas, organizaciones no gubernamentales mexicanas, extranjeras, policías, detectives, investigadores criminalisticos del país y de otros países. Pese a todos estos esfuerzos, no se tiene ni una sola línea clara de investigación para aclarar este indignante caso. Frente al crimen de 400 mujeres a lo largo de 10 años, todo tipo de autoridades, gobernadores sucesivos de la entidad, procuradores fiscales, agentes del Ministerio Publico y miembros de los cuerpos policíacos mostraron absoluta
3 Roland Barthes, L´obvie et l´obtus, Paris, Seuil, 1982, p. 228.
indiferencia frente a cada cuerpo que caía. Sin importar el escándalo que representaba cada hecho desde el punto de vista moral, criminal, desde la perspectiva de genero, y desde la misma perspectiva civilizatoria, toleraron, y siguieron tolerando, la impunidad, y se cruzaron de brazos para impedir la recurrencia de tales hechos. Frente a esto, no es descabellado pensar que, además de existir una alta descomposición social y un absoluto relajamiento de las normas mínimas de convivencia, ha faltado en los gobernantes y en las instancias de responsabilidad una elemental voluntad de escucha política.
¿Será posible escuchar de otra manera? ¿Habrá otra escucha que no sea la escucha indiferente, la arrogante o la del sometimiento? ¿Qué pueda significar escuchar de una manera responsable? ¿Qué tipo de procesos mentales, éticos, con vivénciales, están implicados en una escucha incluyente?
No pretendemos dar aquí respuesta – harto compleja – a estas preguntas, sino solamente trazar algunas líneas por donde caminar.
ESCUCHA Y PODER
La verdad no se encuentra en el tumulto,
sino más bien en la búsqueda silenciosa.
Umberto Eco
Si nos pidieran que dibujáramos una comunidad en la que todos sus miembros estuvieran realizando la actividad mas representativa del mas alto valor de la autoestima, la fuerza y la libertad, seguramente dibujaríamos a un grupo de personas en el que todos y todas estarían hablando unos con otros, convenciéndose unos a otros, dando discursos, arengando, o impartiendo cátedra. Todos hablarían al mismo tiempo, y si hubiera alguien callado, seguramente seria un niño, una mujer o un marginado.
Hay que abandonar la creencia de que hablar es la única manera de participar de manera creativa en la política. En muchas reflexiones sobre el papel que deben jugar las minorías en los procesos sociales, se suele creer que la dimensión liberadora o emancipatoria esta ligada exclusivamente a tomar y hasta arrebatar la palabra. Lo que emancipa, lo que demuestra mi fuerza, no es escuchar, sino hablar. Se cree que la única manera de cuestionar el paradigma de los lugares tradicionales de escucha es disponiéndose a hablar. Expresiones como “dar la voz a los que no la tienen”, “hacer escuchar la propia voz”, la necesidad de que los grupos oprimidos “encuentren su propia voz”, y otras expresiones semejantes, son con razón levantadas como armas liberadoras. Como contraparte, los roles de escucha están asociados con los grupos oprimidos, con actitudes de sometimiento. Ya señalamos que este tipo de planteamientos es muy simplista y que así como los grupos dominantes logran imponer su voz silenciado a otros sectores sociales, también la escucha puede tener una faceta autoritaria. Lo que es preciso cambiar es la idea de que la escucha solo tiene dos opciones: la del sometimiento y la obediencia o la escucha autoritaria.
Lo que se trataría de pensar desde la perspectiva de la escucha democrática no es desde luego silenciar a nadie, si no encontrar un nuevo instrumento de emancipación; habría que encontrar un nuevo instrumento de emancipación; habría que abandonar la relación directa entre escucha-opresión y palabra-emancipación, y subrayar la interdependencia entre habla y escucha.
La escucha es una práctica ligada con el ejercicio del poder; el episodio de Polemarco muestra que para decidir sin recurrir a la fuerza hay que escuchar. Polemarco tiene clara la idea de que no escuchar es una forma efectiva del ejercicio del poder, del poder autoritario. Lo que no se ha logrado pensar es que escuchar puede representar también una enorme fuerza y que de la actitud de escucha depende la suerte de la democracia en todos sus aspectos básicos.4 Se podría hacer el intento de comenzar a pensar que la escucha constituye una actividad política central que permite dar forma democrática a las relaciones con los otros.
Una muestra de la “desviación originaria” de la cultura del habla en que vivimos es que entre los derechos humanos y las garantías individuales no se piensa la escucha como una obligación del ciudadano, y mucho menos como un derecho. Tenemos derecho al libre transito, a la libre expresión, pero no tenemos derecho a ser escuchados ni, mucho menos, a escuchar. Y sin embargo, parecería obvio que quienes asumen el derecho de hablar y pretender ser escuchados debe asumir también el deber y ejercer el derecho de escuchar. Pensar así supone ya concebir la escucha de otra manera.
¿En que sentido tendría que ser un deber? Esto no es difícil de pensarlo. Comprender la escucha como una obligación o como un deber ciudadano implica atender responsablemente a quien habla. La democracia no consiste en votar cada seis años o, con suerte, cada tres; es también deliberar, y deliberar no es hablar con la pared; para hablar con otros tenemos que saber con quien estamos hablando, por que si no lo sabemos, es como hablar con nosotros mismos. Escuchar es, entonces, deber en este sentido, en el sentido de averiguar quien es nuestro interlocutor y por que dice lo que dice. Pero pensar la escucha como un derecho es todavía más complicado; casi es algo inconcebible en nuestra concepción del mundo. Esto puede explicarse por tres actitudes profundamente acendradas en nuestra sensibilidad: la primera, supone siempre que lo que yo creo es lo correcto, es la verdad; la segunda supone que los otros no tienen nada que enseñarme ni que aportarme para mi mejor forma de vivir, y, por ende, en tercer lugar, mi relación con los otros solo tiene sentido para indicarles cual es la verdad o cual es el camino correcto. Estas actitudes, que entorpecen las relaciones humanas más personales e intimas, son una bomba de conflictos cuando están presentes en la vida pública.
Ahora bien, el gran supuesto en el que se asientan estas actitudes es una noción de verdad elemental y decadente. Se supone que la verdad es simple y unitaria. Y no es así. Este supuesto fue una creación dominante durante un largo periodo de la historia, pero en la actualidad ni siquiera en el ámbito de las ciencias naturales se sostiene. La noción imperante de la verdad es la verdad plural, ala cual se accede colectivamente mediante un proceso poietico y dialogico, es decir, mediante una construcción creativa conjunta.
Pero no podríamos pensar la escucha como un derecho si no tenemos de ella una concepción positiva. Tenemos que aclarar por que se puede pensar de ella positivamente o, visto de otro modo, que ganamos al escuchar.
Hasta aquí han aparecido algunas ideas al respecto. Por un lado, con el ejemplo de Sócrates y Polemarco, vimos que la escucha es un substituto de la fuerza violenta. Dijimos también que escuchar – y no solo hablar – puede ser un instrumento de emancipación, de libertad. Esto es lo que ahora tenemos que explicar. Si, como dijimos antes, de lo que se trata es de modificar los lugares tradicionales de escucha (la escucha servil y la del amo), el derecho que todos tenemos, entonces, es a no escuchar sometiéndonos. Escuchar al otro no significa simplemente realizar a ciegas lo que quiera el otro. Eso es someterse, y nuestro derecho consiste precisamente en atender a nuestro interlocutor sin sumisión, sin pasividad; tenemos el derecho de escuchar al otro o a la otra sin anular completamente nuestro punto de vista, y de entregar sin violencia,
4 Cfr. Norbert Bilbeny, Democracia para la diversidad, Barcelona, Ariel, 1999,p. 141.
si fuera el caso, el punto de vista del otro o de la otra al mió. Asimismo, tenemos el derecho de escuchar sin someter al otro, es decir, sin ejercer la escucha autoritaria y excluyente. Esto puede parecer paradójico, pues ejercer el poder sobre el otro suele verse como un privilegio. Por eso, intentar una relación diferente con los otros, menos apegada a los dictados del prestigio, menos inercial, puede convertirse en un derecho que podamos exigir y que nos exijamos a nosotros mismos. Por último, pero igualmente importante, tenemos el derecho a aprender del interlocutor cuando lo escuchamos. Si no queremos permanecer encerrados en la torre de marfil de nuestras creencias personales y limitadas, escuchar a los otros es la única manera de ampliar nuestros horizontes y ampliar nuestro mundo. Y esto, solo ocurre cuando lo que escuchamos y lo que aprendemos es algo que difiere de nuestro punto de vista. Si atendemos solo lo que coincide con nuestra perspectiva, lo que ocurre es que nos enterramos mas en el terreno que pisamos, estrechando nuestro horizonte. Si solo tomamos en cuenta lo que es igual a nosotros, lo que nos da la razón y nos confirma que somos nosotros los que estamos en lo correcto, estaremos muy complacidos llevando la razón a cuestas, pero reproduciendo relaciones especulares. Si, por el contrario, no nos espanta escuchar y atendemos a lo diferente, incluso aquello con lo que no coincidimos, tenemos la oportunidad de repensar y remoldear nuestros puntos de vista y enriquecer nuestro mundo.
Pero, ¿Por qué podría espantar la escucha? Porque pensada así, la escucha se vuelve un arma poderosa, tan poderosa que podríamos darnos cuenta de que las fuerzas que sustentan la desigualdad social buscan de todas las maneras posibles bloquear o distorsionar la atención ciudadana de manera tal que impidan el tipo de escucha que se requiere en la política democrática.5 La escucha espanta por que, al escuchar, bien puede aparecer ante nosotros lo otro, lo que no soy yo, con todas sus posibilidades y todas sus diferencias que pueden cuestionar nuestra particular forma de ver el mundo. Lamentablemente, el dicho popular “mas vale malo por conocido que bueno por conocer” refleja muy bien el conformismo cultural en el que secularmente hemos vivido. Tal vez ante la escucha puede decirse lo que el coro canta al consumarse la tragedia de Edipo Rey: “¡Ay, ay, infortunado, si ni siquiera puedo verte cara a cara [...], tal es el temblor pavoroso que en mi produces!” Un “temblor pavoroso” provoca la escucha, por que pensada así tiene una triple fuerza, la fuerza de la autonomía, porque podemos anular sin escucharnos ni auto eliminarnos, tiene la fuerza de dar la palabra a los que no la tienen; por que escuchar no es finalmente otra cosa que distribuir con nuestra atención los turnos del habla: al escuchar le damos la palabra a uno o a otra. Además, tiene también la fuerza del crecimiento, del aprendizaje, pues en la medida en que no nos auto anulamos podemos incorporar nuevas ideas y nuevos aspectos a nuestros marcos de reflexión. Y de ser así, y con suerte, contribuimos a esa construcción creativa y colectiva de la verdad.
Parafraseando a Spinoza, quien decía con perplejidad: “Nadie sabe lo que puede el cuerpo”, podría decirse ahora: “nadie sabe lo que puede la escucha”. Porque el que escucha en un sentido radical sabe que se arriesga a cambiar la propia vida, se arriesga a estar dispuesto a dejarse transformar por las implicaciones practicas de lo que el otro dice. En un autentico proceso de escucha se van transformando los que participan en el dialogo, “donde ya no se sigue siendo el mismo que se era”; la relación con el otro deja de ser una relación de exterioridad solamente intelectual y racional y comienza a ser una relación moral. Tal es el poder de la escucha.
5 Norbert Bilbeny, op. cit., p.93.
EL ARTE DE ESCUCHAR
Hemos hablado del olvido de la escucha y del poder de la escucha, pero, ¿de que escucha se trata? Dijimos que la escucha esta relacionada con el poder, pero también que sustituye a la fuerza, que comprender la escucha como una obligación o como un deber ciudadano implica atender responsablemente al otro o a la otra; ¿de que atención se trata?
Según lo que se ha visto, la escucha política es una actividad compleja. Para empezar, puede ser obvio que la escucha a la que nos referimos es el simple “oír”; nos referimos evidentemente a algo diferente de un simple fenómeno acústico, es decir, algo diferente de que el hecho de las vibraciones de las cuerdas vocales hagan a su vez vibrar los huesecillos del aparato auditivo; escuchar no es oír ruidos. Por el contrario, se podría decir que escuchar se opone a oír. En los tiempos modernos se escucha demasiado, hay mucho ruido: ruidos de trabajo, de fiesta, de vida y de naturaleza; ruidos comprados, vendidos, impuestos, prohibidos; ruidos de descontento, de revuelta, de desesperación, de rabia; música y danza.6 En medio de tanto barullo es difícil oír y mas difícil escuchar. ¿Qué es entonces “escuchar”? Suele distinguirse coloquialmente de “oír” por el grados de atención que se presenta en ambos casos. Oímos casi involuntariamente, escuchamos en cambio con cierta atención. Dijimos también que saber escuchar es un arte; tiene la complejidad y la sutileza del arte.
Si escuchar con atención es algo complejo, la escucha incluyente lo es más aun. Si decimos que es un arte, por serlo requiere cierta formación, requiere cierta destreza por que, como vimos, no se trata de un don natural. Se aprende a escuchar, para lo cual se requiere un conjunto de habilidades y virtudes que deben fomentar la cultura democrática.
Pero, ¿Por qué la escucha es un arte?
La pregunta no es sencilla de responder, por que no es fácil dar una definición de lo que es arte. Ni siquiera remontarnos a la cultura helénica nos ayudaría a la precisión conceptual, si no al revés, por que entre ellos arte y técnica se referían a lo mismo. Pero pensemos que arte y técnica en su sentido contemporáneo se distinguen, por que el arte supone una sensibilidad universal, que capta aspectos constitutivos de la relación del ser humano con el mundo, mientras que la técnica supone un saber particular. Por otra parte, en cuanto sensibilidad, el arte esta acompañado de un saber que se adquiere a lo largo de un proceso de formación, de cultura, mientras que el saber que acompaña a la técnica puede adquirirse en un periodo corto de tiempo, elegido a voluntad. Asimismo, podría decirse que en el arte tiene lugar una relación de expresividad, mientras que en la técnica la relación dominante es de utilidad. Y en cuanto expresividad, en el arte los individuos se constituyen y se conocen así mismos, mientras que en la técnica se guarda tendencialmente una relación de exterioridad entre el técnico y su producto.
Pues bien, en todos estos sentidos la escucha es un arte.
Después de hacer estas distinciones, queremos situar enfáticamente la practica de la escucha en el campo del arte y no en el de la técnica, por que en efecto, para escuchar a los otros de manera incluyente y no autoritaria ni servil, se requiere un saber que depende de la formación de la sensibilidad – que, como dijimos, se adquiere en la formación mediante las practicas de la vida cotidiana -; es, en este sentido, una especie de virtud moral o virtud política en la que uno se forma, como una actitud ante la vida y ante los otros, que define al ser humano y que lo distingue por su modo de actuar.
6 Cfr. Jacques Attali, Bruits, Paris, Fayard/PUF, 2001.
No es, en cambio, una destreza adquirida para un fin especifico, limitado a un lugar o a un tiempo. En el mismo sentido, en el ejercicio de la escucha incluyente lo que se construye es el propio modo de relacionarse las personas con el mundo, es decir, en ella nos identificamos con nosotros mismos y con nuestra manera de ser.
DE LO DIFERENTE A LO COMUN
No nos volveremos iguales negando
la existencia de las diversidades.
Umberto Eco
Que la escucha pueda verse como un arte, que se requiera para ella cierta sensibilidad que se forma en la cultura, y que con ella también los individuos se formen así mismos y a su relación con los otros, ¿Qué tiene que ver con la vida política? Por que podría pensarse que esa sensibilidad forma individuos virtuosos sin que esta virtud tenga por que reflejarse ni repercutir en la vida social. Pero lo que hay que decir es que en la escucha incluyente actúan dos virtudes que se acercan a los individuos entre si. Son virtudes que Aristóteles reserva al sabor moral, para distinguirlo del saber de la techné. Estas virtudes son la phrónesis (prudencia) y la synesis (comprensión). Dice Aristóteles que la phrónesis es un hábito práctico verdadero acompañado de razón, con relación a los bienes humanos, 7 que orienta adecuadamente al juicio y que permite al individuo como actuar cuando se abren diversas posibilidades. Los individuos que han cultivado la virtud de la prudencia son capaces de acertar con lo adecuado en una situación concreta, esto es, pueden ver lo que en ella es correcto. La prudencia es fundamental para la escucha democrática por que solo con ella se puede hacer el esfuerzo de guardar el equilibrio, muchas veces inestable, que tensa la cuerda entre la indiferencia, la descalificación y la auto anulación.
Por otro lado, la prudencia es también central por que orienta la atención de la escucha, es decir, elige y selecciona lo que vale la pena escuchar.
Decíamos que hay fuerzas sociales interesadas en bloquear o distorsionar la atención ciudadana. Se emiten muchos ruidos para que no se pueda escuchar. Nos bombardean con precios de toallas, con rivalidades pueriles entre gobernantes, con espectáculos mediáticos; la política se ha convertido, como dice Carlos Monsiváis, en querella de barandilla. Pero, ¿Qué es o que esta detrás? ¿Qué es lo que no se escucha con este ruido? ¿Qué es entonces lo “importante”? Porque no se trata de escuchar cualquier cosa. La escucha incluyente, la escucha democrática, es selectiva, o, dicho con un juego de palabras, la escucha incluyente es excluyente. Excluye el ruido para incluir todo aquello que quiere hablar, todo aquello que trata de hacerse un espacio para emerger a la luz. Y si a de ser incluyente y políticamente conducente, la escucha atiende “los actos, las situaciones, las personas, incluso las leyendas y mitologías que tienen consecuencias estructurales, de grandes y/o graves resonancias formativas”.8
Ahora bien, además de la prudencia (phrónesis) que orienta la escucha, opera en esta otra virtud incluyente que es la synesis (comprensión o encuentro). Aristóteles considera tan complejo el proceso de la relación con los semejantes y le da una importancia tan grande, que a la prudencia le añade la virtud de la synesis, virtud que no es solo la capacidad de juzgar adecuadamente una situación concreta, si no es la virtud de saber aproximarse a otro individuo.
7 Ética Nicomaquea, Biblioteca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, Libro VI, vol.7,
México, UNAM, 1983.
8 Carlos Monsiváis, en entrevista con Arturo García Hernández, La Jornada, 14 de junio de 2004.
Se trata en este caso de una virtud que promueve la comprensión de los interlocutores, pero “comprensión” no en el sentido “intelectual” de entender, por ejemplo, una demostración matemática o una teoría económica; tampoco se trata de comprender en el sentido de que entendamos el significado de cada una de las palabras de quien habla. No. Se trata de comprender, en el sentido de apreciar lo que los otros dicen; comprender es penetrar en lo que se dice, profundizar en ello, por que aunque el significado de las palabras pueda ser comprendido de inmediato, su sentido mas amplio, el contexto histórico – vivencial en el que se pronuncian, no siempre es comprendido de inmediato. La traducción al español de la palabra griega synesis es interesante, pues alude precisamente a los vínculos interpersonales. Dice el diccionario: synesis, encuentro, unión, confluencia [...], conocimiento intimo. Este es el sentido que tiene para nosotros la escucha democrática. Vista así, la comprensión coincide con el vocablo latino para “escuchar”: ausculto; es decir, auscultar, que en medicina significa escuchar para establecer un diagnostico, lo que a su vez esta referido al conocimiento diferencial de los signos que se presentan. Escuchar, entonces, es saber leer los signos, saber descifrarlos para adquirir un saber diferencial, es decir, un saber acerca de quien habla que me permita identificarlo en sus diferencias especificas, y no solamente como un individuo igual a mi o igual a todos los demás. Podría decirse, entonces, que la escucha es el arte de construir las diferencias. Arte central para la democracia, por que, como se sabe, muchos asuntos de la política contemporánea se plantea en términos de conocimiento de los grupos en su especificidad y en su diferencia. Las cuestiones de la interculturalidad, los problemas de género y las políticas de minorías conceden al pensamiento de la diferencia el estatuto del punto de partida.
No obstante, la escucha democrática tiene también aguzada la sensibilidad para atender lo que hay o puede haber en común entre los individuos, para atender todo aquello que contribuye a crear o a romper los lazos comunitarios. Lo que es importante es que las diferencias construidas mediante la synesis no distancian a los individuos si no que los acercan, que es lo mismo que pasa con la escucha. Y esto también es importante para la democracia, por que si bien es indispensable pensar las formas específicas de exclusión y de marginación, así como la naturaleza distintiva y diferencial de cada grupo social, es también necesario pensar los elementos en común que hagan posibles las solidaridades en la colectividad.
Pero, ¿en que sentido puede decirse que la escucha (junto con la synesis) acerca a la gente en un espacio común? ¿Qué pasa en la escucha comprensiva que encuentra al otro, en lugar de alejarse de el? La respuesta a esta pregunta tiene varias partes. La primera, esta relacionada con la diferencia misma, en el sentido de que entender que el otro es diferente de mi, y que por lo tanto yo soy diferente de el, nos hace compartir ese “estado de diferencia”; compartimos la irremediable separación del otro y la imposibilidad de la unidad tan anhelada desde el banquete de Platón. El de la diferencia es, pues, un espacio – o, si se quiere, un estado – que comparte, y en esa medida constituye, paradójicamente, un espacio común. Otra fuente de “comunidad” puede ser el saludable deseo de salir de la asfixia autorreferente. Frente a la diferencia del otro tengo dos opciones: o bien rechazarlo y conformarme con lo idéntico de mi mismo, con ver solamente mi imagen en el espejo, hundiéndome en mi propio lugar con mi perspectiva a cuestas, o huir de la asfixia egocéntrica para salir al encuentro de los otros. Esta segunda opción es la apuesta de la escucha, de la comprensión aristotélica, que se guía por la voluntad del aire, para la voluntad del mundo. En este caso se escucha por que hay algo que escuchar, por que lo diferente tiene una nueva voz, tiene algo que decir.
Al reconocer esto, se tiene un puente, se crea un sendero 9 con camino de ida y vuelta hacia la otra o el otro en el que la palabra y la escucha van y vienen intercambiando lugares, conmutando roles y creando otro espacio común.
DEBATE, DIALOGO Y ESCUCHA
Y por eso, por que palabra y escucha intercambian lugares, es por lo que no puede haber escucha sin palabra y es por lo que la escucha solo tiene realización en el dialogo; o mejor, solo es relevante la escucha en la condición del dialogo. Pero, ¿que es el dialogo? Tanto se habla ahora de dialogo que ya no se sabe que es. De echo, en México el dialogo se ha convertido en la moneda de cambio de la política nacional que no solo esta siempre presente en el discurso político gubernamental, sino es también el discurso de muchos movimientos de minorías sociales. Sin embargo, sospechamos siempre del dialogo político. Aunque se proclame que las partes en conflicto ya dialogaron o que van a dialogar, lo que en la práctica suele ocurrir es que los supuestos “diálogos” nunca tienen lugar o, si hay algún tipo de intercambio, suelen ser intercambios amenazantes o autoritarios por parte de alguno de los “dialogantes” involucrados.
Desde diferentes perspectivas sociales y humanistas, se puede decir que solo mediante el dialogo podemos comprendernos unos a otros y que el dialogo es condición de la vida democrática; se dice también que no es lo mismo el dialogo que el debate y la negociación, se habla así mismo de la imposibilidad del dialogo, es decir, de que realmente nunca estamos dispuestos a dialogar, sino que, en verdad, lo que siempre buscamos es imponer nuestra opinión sobre el otro; pero también se dice lo contrario, que siempre estamos dialogando, que aunque no compartamos puntos de vista, hay siempre un dialogo implícito a partir del cual ya estamos deacuerdo sobre el valor del dialogo como practica procedimental democrática.
Lo que prueba esta disparidad de ideas es que no es claro que es el dialogo. Ciertamente, no podemos ni pretendemos aclararlo aquí. Solamente queremos verlo desde la perspectiva que interesa para nuestro tema, para lo cual aclararemos que, desde nuestro punto de vista, no son lo mismo, en efecto, debatir, negociar y dialogar.
En la retórica antigua, la negociación es una manera de acortar la distancia entre los individuos y de convertir lo problemático en no problemático; en muchos sentidos se relaciono con la escucha; pero en la actualidad, por negociación se entiende un arreglo entre dos partes que tienen intereses encontrados, en el que se calculan costos y beneficios y se establece una correlación entre ellos lo mas equitativa posible.
En cuanto al debate, si bien es un aspecto central en las democracias modernas – que son, o deberían ser, democracias deliberativas- no es lo mismo, en efecto, debatir que dialogar. O tal vez deberíamos decir que el debate es una forma de dialogo, pero no la única. Toda relación dialógica es comunicativa, pero hay modos diferentes de comunicar. Dos de ellos son el dialogo instrumental y el dialogo argumental o debate. El dialogo instrumental es de echo un monologo disfrazado, por que en el interlocutor queda borrado, no es tomado en cuenta; se habla para imponer y no existe el menor interés de escuchar; se le llama dialogo instrumental por que la relación que se tiene con el compañero de dialogo es una manipulación que busca utilizar como medio para los fines personales; en este dialogo el otro no es reconocido en cuanto a su valor moral, si no solo en referencia al yo.
El dialogo argumental (debate) constituye un conjunto importante de diálogos que vive
9 En términos de Merleau – Ponty.
del esfuerzo de persuadir a los interlocutores acerca de la validez de sus afirmaciones o de sus pretensiones. En este caso, la relación entre los interlocutores esta medida por la relación argumental, es decir, por los argumentos que se esgrimen para llevar acabo la labor del convencimiento. Los argumentos, que viven y van, trazan un camino entre los dialogantes en el cual cada una de las partes se relaciona con la otra orientada por la línea argumental; cada uno da razones para defender su posición y para mostrarle al interlocutor, en lo posible, que su pretensión es infundada, es decir, que no esta apoyada en buenas razones ni en buenos argumentos. En este caso, la relación entre hablantes esta resguardada por el cápelo de la argumentación, la cual imprime al dialogo una direccionalidad, lo orienta hacia la obtención de un objetivo especifico: que se acepte o se refute la pretensión que cada interlocutor propone al otro. El “tu” se dirige al “yo” guiado por la postura del otro. Este aspecto del dialogo, el del debate y la confrontación, no puede ser escamoteado si se quiere comprender la realidad del contexto sociopolítico donde se insertan los procesos deliberativos.10
Sin embargo esta forma de dialogo no puede ser la única que adopten las sociedades contemporáneas, por que encierra algunas limitaciones.
En primer lugar, la estructura misma del debate o argumentación marca cierta restricción en la comunicación: el camino entre los hablantes queda orientado, pero restringido, por el interés específico de demostrar o refutar. Es decir, es más el empeño que se pone en mostrar que se tiene razón o que el “adversario” no la tiene, que en el asunto mismo tratado. Otro aspecto problemático de esta experiencia dialógica es que lo que cada uno desde su posición busca del otro es, en realidad, un intento de eliminar su posición subsumiéndola en la propia por la vía del triunfo argumental. ¿Qué otra cosa, si no, quiere decir convencer? Por otra parte, en los debates suele haber ganadores y perdedores, y la posición ganadora es la que se ejerce o practica, perro deja eliminada la opinión de los “perdedores”; es decir, en una estructura argumental, en la que solo hay dos posibilidades, o perder o ganar, la posición “perdedora”, junto con lo grupos sociales a los que representa, queda prácticamente excluida de la sociedad deliberativa. Y por ultimo, con el debate nos encontramos con uno de los problemas de los que hablamos al comienzo de esta exposición, problema que tiene que ver con el hecho de que no todos los grupos sociales están entrenados de la misma manera para la deliberación y argumentación, por lo cual, la posición “triunfadora” puede serlo mas por el poder persuasivo y por la habilidad retórica que por la justeza de las ideas.
¿Cómo resolver este problema de las limitantes de las prácticas deliberativas? ¿Es posible la total simetría entre los participantes? Por supuesto que no. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo compensar la desigualdad social?
Es aquí donde entra a jugar otra parte del dialogo que podemos llamar dialogo de escucha. Lo que propone es dialogo de escucha es invertir el orden de prioridades de los diálogos comunicativos. En lugar de poner por delante el interés en la persuasión y el convencimiento, el dialogo de escucha da prioridad a la atención que se presta a lo que dice el interlocutor; en lugar de intentar antes que otra cosa modificar las posiciones del interlocutor, en el dialogo de escucha se esta mas bien dispuesto a escuchar sin someterse y a ampliar los propios horizontes. El dialogo de persuasión parte del propio discurso y busca eliminar al de enfrente; el dialogo de escucha, en cambio, soporta, como decíamos, la diferencia y también la pluralidad, situando al otro discurso en un lugar que no es privilegiado, pero tampoco inexistente. El dialogo de escucha es tal que no nos deja ignorar al otro, pero tampoco sobrestimarlo,11 no busca necesariamente convencer, si no amplia los horizontes de los interlocutores.
10 Cfr. Maggi Jenny, Prosélytisme, élaboration du conflit et changement d´attitude, Italia, Universidad de Génova, 2000.
11 S. Bickford, op. cit., p. 168
Siendo así, esta forma dialogal no eliminaría, pero talvez si amortiguaría, los problemas de asimetría que se presentan en los diálogos arguméntales. Y se podrían amortiguar no porque, como antes dijimos, el don de la escucha estuviera distribuido equitativamente, sino exactamente por lo contrario: como nadie sabe escuchar, todos podemos aprender al mismo tiempo. De lo que se trata en el dialogo de escucha no es solo de hacer jugar argumentos que triunfen sobre otros argumentos; de lo que se trata también es de expandir nuestras ideas, dejar alterar nuestras perspectivas y nuestras practicas por la influencia de otros y, en general, entrar en un proceso de aprendizaje permanente a partir del intercambio constante de opiniones y puntos de vista diversos, a veces antagónicos, a veces complementarios, pero siempre enriquecedores si dejamos que los otros nos eduquen y si aprendemos también a educarnos a nosotros mismos. Podría decirse, en efecto, que el dialogo de escucha tiene mas que ver con la noción de “formación” que con la de conclusión y consenso, pues tiene puesta la mirada en el aprendizaje a partir de las voces diversas.
TIEMPO DE ESCUCHA
A lo que esta atento el dialogo de escucha es precisamente al tiempo de formación de los procesos. Así como el habla humana es temporal – sigue una secuencia, una palabra sigue a la otra y una frase a la anterior -, del mismo modo la escucha es temporal. “... Para decir algo o para decirlo todo se debe hablar hilando una palabra tras otra, se dice algo en un momento y este se transforma en un antes cuando hay otra palabra que se enuncia después. Una palabra después de otra, es el camino del hablar humano”. Pero también es el camino de la escucha. “¿Quién tiene oídos para escucharlo todo, de una vez y para siempre?”12 Hay, pues, un tiempo de escucha. Ni podemos decir todo ni lo podemos decir de una sola vez; tampoco podemos escuchar todas las posibilidades de sentido de lo que se dice. El sentido de lo que se dice “aparece de pronto e igual de pronto y sin transición, igual de inmediatamente se ha esfumado de nuevo” 13, se esfuma y se desliza hacia otros contextos, y al recontextualizarse se desvanece, se oculta para volverse a encender. Tener el oído atento exige seguir las secuencias de luces y sombras, de tonos y silencios. Proceso que no es espontáneo, no ocurre de pronto, de una sola vez, en un encuentro. No. Es un proceso en el que el dialogo da vueltas y vueltas como en el tiovivo y en cada vuelta algo se debela de los hablantes.
Pero se preguntara: ¿Qué tiene que ver la temporalidad de la escucha con lo que aquí nos interesa, que es la escucha incluyente? A ello debemos responder que lo que tiene que ver es de la mayor importancia. La escucha tiene un tiempo propio. Podría decirse que hay dos experiencias fundamentales del tiempo, la experiencia practica, normal, del tiempo, que es la del “tiempo para algo”; es decir, el tiempo del que se dispone, que se divide, que se distribuye, el tiempo que se tiene o no se tiene. Este es, por su estructura, un tiempo vació; algo que hay que tener para llenarlo con algo. Es el tiempo del aburrimiento o del apuro, es el tiempo que se queda vació o que se llena, pero en cualquiera de los dos casos se tiene con el una relación de exterioridad y una relación instrumental. Desde este enfoque, el tiempo es algo que sirve o no sirve, es un depósito que se llena o no se llena.
La otra experiencia del tiempo es la del tiempo propio, que corresponde a la formación de cada proceso. Como se sabe, hay tiempos cortos y tiempos largos. Es largo el tiempo de las formaciones geológicas; es menos largo el tiempo de la historia, y dentro de este,
12 Ernesto de Icaza, El conjuro hermenéutico ante el conjuro de lo lingüístico: el problema de lo no dicho y lo inefable en Gadamer, México, 2004, p. 44, tesis (maestría en filosofía), UNAM.
13 H.-G. Gadamer se refiere así a lo bello en Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1991, p. 575.
el tiempo social también tiene sus variaciones, no es homogéneo, también en el hay
tiempos cortos y largos. Hay, se podría decir, ritmos. La escucha democrática requiere sentir los ritmos sociales. El ritmo no es ni corto ni largo, ni lento ni rápido; es mas bien la organización de las duraciones desiguales.14 La escucha democrática, pues, no es otra cosa que la sensibilidad de los ritmos sociales. Sabemos que el tiempo de la política no es el tiempo de la vida cotidiana.
Mas aun, puede decirse que hay una defensa entre el tiempo político y el tiempo de la cotidianidad. La política tiene y produce su propio tiempo que esta en contrapunto con el ritmo de la “espontaneidad” de la vida, la cual tiene ritmos desiguales y diversos; son tiempos y ritmos que contribuyen a construir las identidades locales y grupales de la sociedad, mientras que el estado y la política tienen su propio tiempo.
La cuestio0n del tiempo es más importante para la política de lo que puede uno imaginarse. G. Sartori, por ejemplo, reconocido teórico de la democracia, afirmo que los sujetos políticos son tan complejos y tienen tan poco tiempo, que se ha generado en las democracias modernas una crisis de conocimiento, en el sentido de que solo una escasa minoría de los ciudadanos es capaz de dar razones por las cuales vota a favor o en contra del candidato.15 Esta situación no deja de ser dramática. Si la democracia suele reducirse al depósito del voto en la urna una vez cada tres años, y si este ejercicio va acompañado de semejante inconciencia política, es para ponernos a llorar o para cambiar nuestro sentido de la política y/o de la democracia. Realmente, la democracia esta cargada de paradojas. Se supone que la democracia construye ciudadanos y que el ciudadano tiene derechos y obligaciones. Tenemos derecho a la información, a la libertad de expresión, a asociarnos libremente, pero no tenemos tiempo de informarnos adecuadamente, ni de organizarnos, ni de crear un espacio en el cual decir lo que pensamos. Seguramente, a los grupos del poder a los que les interesa bloquear los canales del dialogo y escucha les interesa organizar las practicas sociales con una temporalidad especifica que impida el ejercicio de estos derechos. Suele decirse incluso que el Estado capta las fuerzas que se le escapan unificando los tiempos sociales.
Podría decirse entonces que el tiempo de escucha es el tiempo demorado. Demorado, no en el sentido cronológico de atrasado, si no en el sentido latino de permanecer. Demoror en latín es permanecer, quedarse. Demorándonos en la escucha nos quedamos con el otro, reconocemos que el otro tiene ser propio, que no responde a mis pretensiones, ni a mi reconocimiento, ni a mi refutación, si no a las fuerzas de su propia formación, al tempo, al ritmo especifico de la complejidad de cada proceso. No hay tiempo correcto del tiempo propio, este no se puede calcular anticipadamente; puede ser uno u otro, y si la escucha quiere incluir en su horizonte esos fragmentos vitales, requiere estar entrenada para percibir esos tiempos. Estos pueden ser lentos, como un aspecto del arte, frente al cual el tiempo de escucha requiere ser ralentando. Una faceta del modo como se vive la experiencia del arte es dejando que este nos llene con su tiempo, que su tiempo llene nuestro espacio, nuestros días y nuestras horas. L a obra de arte nos ofrece su tiempo, detiene el tiempo e invita a demorarnos. Lo que escuchamos siempre es parcial, siempre es un aspecto, y aunque lo que se dice puede ser revelador, en las vueltas y revueltas de los diálogos y las conversaciones, en la secuencia de lo que se añade a lo dicho, los aspectos y sus condiciones van también cambiando y lo que se dice va cambiando de sentido. Si el habla se toma su tiempo la escucha debe tomarse también el suyo propio.
Pero dijimos que el ritmo social articula tiempos desiguales.
14 Cfr. Pierre Lantz, “Rythmes sociaux et temporalités politiques”, París, Temporalistes, num. 15, octubre de 1990, pp. 13-18.
15 Maggi Jenny, op. Cit., p. 38.
Esto quiere decir que hay también tiempos vivaces en los que numerosas contradicciones sociales y la evolución de diversos procesos se acumulan y confluyen, produciendo un acontecimiento. Esto es cierto. Los tiempos desiguales pueden ser tiempos de develación o de revelación. De develación paulatina de las capas infinitas que conforman la historia de los fragmentos sociales, y de revelación repentina de las capas infinitas que conforman la historia de los fragmentos sociales, y de revelación repentina en la que se agolpan las determinaciones. Pero ambas dimensiones, la revelación y la develación, suelen acompañarse. Fue una revelación la presencia de la Cámara de la comandante Esther en marzo de 2001, y al mismo tiempo no hemos logrado todavía aprehender el significado que tubo esa intervención y la cantidad de lazos sociales que se tejieron en ese momento. Fue por otra parte una nauseabunda revelación de lo que el ser humano es capaz, la noticia de las humillaciones y las decapitaciones en Irak. Y al mismo tiempo, difícilmente podremos asimilar y recuperarnos de sus efectos y comprender la profundidad de los lazos sociales que en esos momentos se rompieron.
En ambos casos es preciso escuchar demoradamente. Solo mediante la escucha demorada se puede abrir realmente la complejidad. Solo en la demora la pluralidad puede surgir. Mientras más nos demoramos en la escucha, mas elocuente, rico y múltiple se nos manifestara el otro, y más prontos podremos estar también a reaccionar frente al horror y ante la grandeza. Solo en el ejercicio de la otra cara de nuestra racionalidad, de la racionalidad desplazada, de la racionalidad anulada que es la razón escuchante, se puede practicar el verdadero arte de la cultura democrática.
Solo así, con la paciencia de quien va destejiendo las comprensiones implícitas que distorsionan la realidad del otro,16 puede surgir la voz de nuestro interlocutor en todas sus dimensiones. Y al mismo tiempo, solo con la sensibilidad que da la formación compartida podemos reaccionar ante lo extraordinario.
Entonces, así como se ha propuesto el dialogo de escucha o como también se ha propuesto la democracia deliberativa, nosotros proponemos una democracia en la cual se practique lo que es condición necesaria para la deliberación: la escucha. La democracia de escucha se vería obligada a modificar, aunque fuera parcialmente, los tiempos de la política y las instituciones políticas, tomando en cuenta algunas de las cosas que aquí se han dicho: que el habla se toma su tiempo, que no se puede comprender de un solo golpe, que la escucha, por tanto, debe tomarse al tiempo adecuado y que, para ello, se requiere la formación de cierta sensibilidad. El ejercicio de estas prácticas representaría una crítica a la tendencia dominante en nuestra democracia y constituye un nuevo paradigma que tomaría en cuenta la compleja y a veces contradictoria coexistencia de pluralidad y heterogeneidad de vidas y tiempos.17
RETOS PARA LA DEMOCRACIA DE ESCUCHA
A la primera y modesta conclusión a la que podemos llegar es que a escuchar se aprende. Esto ya es algo. Pero claro, lo que sigue es la cuadratura del círculo: ¿Cómo aprender? Dijimos antes que la escucha es un arte, pero distinto de la techné, por que no se aprende en manuales ni enciclopedias, si no que es un arte que se aprende en las formas de vida.
16 Expresión de Charles Taylor para referirse al diálogo hermenéutico gadamericano, en “Gadamer on the human sciences”, en Robert J. Dostal, Gadamer, Cambridge University Press, 2002, p. 132.
17 Jean – Yves Boulin, I tempi nella cittá e la qualitá della vita, Université Paris Dauphine & CNRS and Ulrico Müctenberger of the Hochschule für Wirtschaft und Politik, Hamburgo, 2001.
¿Cómo lograr entonces que el ejercicio de la escucha circule o pueda circular entre las prácticas cotidianas de nuestro diario existir? ¿Cómo llevar a la práctica la situación ideal en que todos seamos escuchados?
El primer problema que se debe enfrentar es que somos muchos, y son por tanto, muchas voces que podrían hablar y muchas a las cuales escuchar.
La segunda cuestión por precisar es quien debe escuchar a quien: gobernantes a gobernados o estos a aquellos, o bien escucharnos entre todos, en todos los ámbitos y en todas las direcciones. Pero esto plantea el problema de cómo lograr las posibilidades de respuesta, es decir, que la comunicación sea reciproca tanto en el habla como en la escucha. Hablar de una sociedad deliberativa requiere pensar en las formas convenientes para la realización del completo proceso de escucha.
Otra dificultad que hay que plantear es como resolver el problema político de los tiempos diferenciales, es decir, acercar lo más posible el tiempo de la política al tiempo de la vida cotidiana. Son muchas las temporalidades que en la vida cotidiana y la vida pública requieren revisarse: los tiempos de impartición de justicia enredados con la burocracia judicial y con la sordera de los funcionarios se tardaron 10 años en girar órdenes de aprehensión contra funcionarios indiferentes ante los crímenes de Ciudad Juárez. Por otra parte, las políticas del tiempo laboral: tiempos de traslado a los centros de trabajo, pensar tal vez en contrataciones por zona, considerar los requerimientos familiares; extensión de los horarios de servicios; tiempos en las relaciones de genero: la relación entre tiempos de trabajo y salario de hombres y mujeres, la dedicación al trabajo domestico y familiar.
Otro obstáculo, quizá el más agudo, es como enfrentar las asimetrías en la comunicación política. Porque no se trata de que unos sea los “habladores” y otros los “oidores”; como ya dijimos, es deseable que estos sean roles intercambiables.
Estos son los retos para la democracia de escucha y tal vez este es el reto que se ha planteado a todos los movimientos sociales. ¿Cómo hacer para que todos podamos expresar nuestra específica identidad y para que todos escuchemos la pluralidad de diferencias? Conviene tener claro que la creación de instituciones deliberativas, de habla y escucha, es un asunto de largo alcance, que lleva tiempo, ya que representa un cambio estructural del aparato de Estado. No se puede cambiar de pronto lo que requiere una vida de formación, pero por algún lado hay que empezar. Un lugar por donde se pueda empezar es por la diversificación del habla. Si la utopía que proponemos es que todos lleguemos a escuchar nuestras diferencias sin exclusión ni sometimiento, estas diferencias necesitan ser expresadas. De otra manera no tendríamos que escuchar.
Si la escucha es un arte que se aprende a lo largo de la vida, hay que suponer que su aprendizaje comienza en la temprana educación. Umberto Eco. Preocupado por el rechazo social a las diferencias, hace una propuesta que parece ingenua, pero que no deja de ser inquietante. Propone hacer ciertos ejercicios con los niños, pidiéndoles que descubran si en su zona viven personas diferentes a ellos y a su familia, que describan en que consisten estas diferencias, que formen grupos de iguales y de diferentes y que dentro de los grupos de iguales encuentren también diferencias, y después, dice Eco, hay que enseñarles que “ser diferentes no significa ser malos”.18
Otra dimensión de la cuestión esta relacionada con la era de la milticomunicación electrónica. Podríamos imaginar que así como hay casetas telefónicas en las esquinas, podría también haber terminales de Internet mediante las cuales se estableciera una red multidireccional entre ciudadanos, y entre estos y responsables del gobierno y la administración; como una especie de buzón electrónico de quejas y sugerencias,
18 Umberto Eco, “La fuerza de la cultura podrá evitar el choque de civilizaciones”, España, El País, 12 de junio de 2002.
pero también como buzón de dialogo. Y otra opción mas arcaica, pero no por eso menos sugerente, es la creación de lugares de debate y deliberación, de algo parecido a las plazas atenienses, como unos patios de dialogo permanentes en los que quien quiera, y cuando quiera, pueda llegar y sentarse del lado del publico que escucha o del lado de los hablantes (que denuncian, responden, proponen, etc.), siendo estos lugares intercambiables.
Sueños aparte, una respuesta inmediata a los retos de la democracia de escucha podría depender de los medios de comunicación. Pero contar con esto es más que ingenuo, por dos razones; en primer lugar, por que no es objetivo pensar que con el control y a veces el monopolio de los medios, todas las voces sociales puedan ser escuchadas. Los canales de información suelen depender de factores alejados de los intereses de la democracia deliberativa y, por lo general, el compromiso de informar y de responder a los requerimientos de la sociedad dialogante se reemplaza por la búsqueda de rating mediante el efectismo mediático. El debate político se sustituye por la cultura del espectáculo.19 Es paradójico que en tiempos de globalización informática la desinformación política represente un problema para la democracia.
Lo que puede ser evidente es que el reto es enorme y que la conducencia del dialogo de escucha requiere e la participación de todos los actores sociales, de los aparatos del Estado, de las instituciones publicas y privadas, de políticas publicas bidireccionales, pero también la participación de los ciudadanos. Dijimos antes que frente a los individuos o grupos diferentes del propio se tienen dos opciones, o bien rechazarlos y conformarse con lo idéntico a uno, o huir de la asfixia auto referencial para salir al encuentro de los otros. Aquí esta precisamente el problema. Como lograr que los ciudadanos elijamos la segunda opción, la de escuchar, en lugar de elegir permanecer enserados en nuestra torre de marfil. Esto solo se logra con la formación de la voluntad y con el cambio de las actitudes. Dijimos al comienzo de este trabajo que para escuchar de manera incluyente se requiere un conjunto de habilidades y virtudes que debe fomentar la cultura democrática. Y, en efecto, el dialogo de escucha requiere una ética especifica, un conjunto de actitudes que bien podrían llamarse “virtudes deliberativas”, que constituyen las bases de una ética política pluralista. Como hemos visto, se requiere el desarrollo de la sensibilidad ante las diferencias y la disposición a tomar los riesgos de encontrarnos con lo distinto, se requiere el desarrollo de la sensibilidad ante las diferencias y de la disposición a tomar los riesgos de encontrarnos con lo distinto, se requiere el desarrollo del “habito de prestar atención a mensajes y voces que se escuchan lejanamente”. La practica de la escucha exige una fuerte disciplina para conseguir la fuerza para admitir nuestra incertidumbre, para admitir que a veces no comprendemos completamente la experiencia a la que nos enfrentamos y que por eso hay que seguir escuchando, hay que seguir dialogando; la escucha requiere flexibilidad para abstenernos de la negación y el rechazo a lo que se nos presenta como extraño.
Pero, ¡atención!, diciendo esto estamos cayendo en una contradicción. Antes señalamos que era importante sustituir el intento de convencer al otro por la apertura para aprender del otro. Y sin embargo, ahora aparentemente decimos lo contrario, pues al hablar de la formación de la voluntad y del cambio de actitudes, lo que de cierta manera se esta proponiendo es intentar convencer a los demás de los beneficios que tiene la escucha. Tal vez, en efecto, la primera opción no sea convencer, si no simplemente ponernos a escuchar.
domingo, 7 de febrero de 2010
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